miércoles, 20 de junio de 2012

mi princesa

Tú sabes bien, corazón, que por ti daría todo, mi más preciado tesoro, el reloj Rolex de oro y la pluma de Dupont. No me importaría dar hasta el chaleco de lana, aquel que tejió tu hermana y que pica mogollón. Ni la bufanda de seda, ni la corbata granate y, aunque suene un disparate, daría la vida entera. Porque tú eres mi princesa, la razón de mi existencia, y tu nombre no es Letizia pero sí Rodolfa-Hortensia. He comprado para ti una casa en la montaña, con un abeto en la puerta y en el salón una araña. No cariño, no te asustes, no es un bicho detestable sino una lámpara vieja que se sujeta de un cable. También tengo para darte mi colección de billetes, los hice de chocolate y saben de rechupete. Y mi caja de hojalata, donde guardo mis secretos, un botón de una chaqueta, un sello y un esqueleto. El esqueleto es de goma, no te debes preocupar, jamás he matado a nadie, te lo puedo asegurar. Rodolfita de mi vida, mi Rodolfita-Hortensita, recuerdo cuando te vi en nuestra primera cita. Llevabas un gran escote, los zapatos de tacón, minifalda escandalosa. ¡Ay qué tímida por Dios! Te sentaste junto a mí. Perdón, te sentaste encima (una niña modosita, ya lo dijo mi vecina). Y yo quedé subyugado ante tanto desparpajo, ante esas manos expertas que se movían por bajo. “Nunca he estado con un hombre”, me dijiste, lo recuerdo, “he estado con tres y cuatro y con el cura del pueblo. Pero el cura no es un hombre, es un siervo del Señor, con él no existe el pecado si rezas una oración”. Yo te creí, mi princesa, y te adoré desde entonces, te regalé una maceta y un crucifijo de bronce. Y sellamos nuestra unión con un abrazo y un beso, lo demás ya no lo cuento, a nadie le importa eso. Y ahora, niña adorada, tras el paso de los años, sigues siendo mi princesa, la dueña de mi rebaño. Me diste catorce hijos, cuatro rubios, diez morenos. Uno se parece al cura, algún otro al butanero. Los mellizos son iguales que Jesús el panadero. Y la niña chiquitita, nuestra querida Raquel, es clavada, clavadita a mi hermano Rafael. Eso queda en la familia y a mí me pone orgulloso y si alguien me critica es porque es un envidioso. Mi querida princesita lo eres todo para mí, las estrellas de mi cielo, champú anti-caspa en mi pelo, un remanso de ternura, la correa en mi cintura, pura pasión, puro escribo poesía. Y que todo el mundo sepa que mi amor es verdadero. Por ti lo daría todo, porque puedo y porque quiero

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