jueves, 1 de agosto de 2013


Sueño dorado, sueño plateado ...

Sueño dorado, sueño plateado,
sueño de carne, sueño de besos,
sueño de acordes, sueño de notas,
caricia ardiente, fuego que quema,
frío que abruma, rio que corre ...
donde estas? ....

Te vi como una luz cruzar,
y corri y corri,
tratando de alcanzar
la estela de tu luz,
y quedé toda pintada de brisas y rocíos,
pero sola y palpitante...
donde estas? ...
Quiero pisar tu huella fluorecente,
que corre en las puntas luminosas
de las olas,
tus pisadas aéreas que circulan,
embriagadas,
en el aroma fresco de las flores,
y que cuelgan soñadoras,
de los murmullos rutilantes de la noche ...

Donde estas? ...
pincel de prosa, que vas pintando
dentro mio, universos ignotos,
de luces mágicas y sonidos ...

Sueño dorado, sueño plateado,
sueño de carne, sueño de besos,
sueño de acordes, sueño de notas,
caricia ardiente, fuego que quema,
frío que abruma, río que corre ...
donde estas? ...

miércoles, 31 de julio de 2013

Cierto día salieron a pasear juntas por un lugar, donde se celebraba una hermosa fiesta, la Ciencia, la Fortuna, la Resignación, la Honradez. En el camino dijo la Ciencia: Amigas, como puede darse el caso de que nos perdamos unas de otras en la fiesta, es bueno convenir el lugar donde podamos encontrarnos de nuevo: a mí podéis encontrarme en la Biblioteca de aquel sabio médico, el doctor X que, como sabéis, es uno de mis viejos y mejores amigos. La Fortuna dijo: --Yo me iré a esperarlas en el lujoso palacio de aquel poderoso millonario a quien, como sabéis, siempre acompaño. La Resignación dijo a su vez: --A mí me encontraréis en la pobre y triste choza de aquel viejecito a quien con tanta frecuencia veo, y quien, sin exhalar jamás una queja, ha vivido tantos años sufriendo los horrores de su negra suerte. Como notasen las compañeras que la Honradez se mantenía callada, le preguntaron: --A ti, amiga, ¿donde te encontraremos? La Honradez, bajando tristemente la frente, respondió: --A mí, quien una vez me pierde, difícilmente me vuelve a encontrar. antes muerta que sencilla...

martes, 30 de julio de 2013

momentos

Amar es... Amar es extrañar en cada momento, es no querer despedirse, es pensar en los momentos compartidos y que una lágrima de emoción ruede por tu mejilla. Amar es no irse a dormir enojados, es llamar por teléfono sólo para sentir su voz, amar es compartir los buenos y malos momentos, es volver a empezar cuando pasa el tiempo. Amar es querer que la vida sea eterna como lo que sentimos adentro, es querer que aún después de la muerte, aún después de los tiempos, nuestras manos y nuestras almas sigan estando juntas.

mitos

Uno de los mitos de creación mas extendidos y conocidos entre los aborígenes australianos es el de la «Madre Serpiente», también llamada «Serpiente Arco Iris».Esta divinidad ancestral es la personificación de la fertilidad, la diosa de la lluvia y tiene poderes para dar vida. Según cuenta el mito, al principio la Tierra era un espacio vacío y llano, en cuyo interior descansaba la «Gran Madre Serpiente» que permaneció en un profundo sueño durante muchísimo tiempo. Repentinamente se despertó y reptó por el interior de la Tierra hasta llegar a la desierta superficie. Comenzó a recorrer la Tierra y, a medida que avanzaba, tal era su poder, que provocó una gran lluvia, formándose lagos, ríos y pozos de agua. Cada sitio que visitó lo nutrió con la leche de sus pechos rebosantes, haciéndolo fértil y una frondosa vegetación creció en la Tierra antes yerma. Grandes árboles con frutos de muchos colores y formas brotaron de la tierra. La Diosa introdujo su nariz en el suelo, levantando cadenas montañosas y abriendo profundos valles, mientras que otras partes las dejó lisas y desiertas. La «Madre Serpiente» regresó entonces a la Tierra y despertó a los animales, a los reptiles y a los pájaros que poblaron por vez primera la Tierra, y finalmente creó a los peces. Por último, según cuenta lel mito, la diosa extrajo de las entrañas de la propia Tierra a la última de las criaturas, el ser humano. De la «Madre Serpiente» los seres humanos aprendieron a vivir en paz y armonía con todos las criaturas de la creación, ya que eran sus primos espirituales. Además, la diosa enseñó al ser humano la vida tribal, a compartir y tomar de la Tierra solamente aquellos bienes que necesitasen, respetando y honrando a la Naturaleza. Según este Mito, gracias a la «Diosa Serpiente», hombres y mujeres aprendieron a convivir como hermanos con la naturaleza y también aprendieron que cada elemento había sido colocado por la diosa en equilibrio. El ser humano entendió que su papel era el de guardián y protector de ese equilibrio y que debía transmitir este conocimiento de generación en generación. Antes de desaparecer, la «Madre Serpiente» advirtió que si el hombre abusaba y mataba por placer o por gula, se le castigaría resguardando el equilibrio de la naturaleza.

lunes, 29 de julio de 2013

MANUal de locura: La princesa y el unicornio

MANUal de locura: La princesa y el unicornio:           La princesa de cabellos de oro cepillaba su larga melena frente al espejo de su tocador. Un halo de tristeza ensombrecía su be...
Una vez, en uno de mis innumerables viajes, paseando por un sucio y oscuro bazar de Alejandría, un vendedor árabe me vendió este mapa del tesoro. Me dijo que era el auténtico Mapa del Tesoro y que, si conseguía descifrar sus claves, conseguiría el más preciado botín que jamás hubiera imaginado.


Me llevó un tiempo descifrar sus calaveras, montañas, sirenas e islas repletas de selvas tropicales. Pero, al final, tras mucho tiempo de estudios y viajes, conseguí aclarar su significado. En efecto, siguiendo la ruta establecida en el mapa, se llegaba al Gran Tesoro. El viaje de la búsqueda fue largo, lento y bonito, paisajes bellísimos iban apareciendo ante mi vista, fue un viaje sorprendente e increíble. Cada paso, cada nuevo descurimiento en el camino era magnífico y me animaba a seguir adelante cual intrépido aventurero.


Al final, una tarde primaveral, tras un agotador pero maravilloso viaje por cada uno de los puntos del mapa, llegué al lugar donde se encontraba el Gran Tesoro, en un manantial bellísimo escondido entre un vergel paradisíaco. Y supe que el vendedor árabe tenía razón.


... mi pequeño tesoro se halla escondido
entre el valle y el monte que hay en mi ombligo ...             autor mi amigo xesc

dioses

En tiempos lejanos el Universo era un inmenso globo de cristal purísimo. En su materia transparente estaban incrustadas las estrellas. En el centro de esta esfera se hallaba la Tierra. En sus corrientes de agua cristalina, que corrían por valles claros, vivían los dioses. Éstos habitaban en palacios de mármol y cuidaban del orden y del concierto de todos los fenómenos por orden de Zeus, supremo Rey dela Creación.
Febo, dios del sol, estaba encargado de dar luz y calor a la Tierra. Sobre su carro esplendente- tirado por caballos indómitos que sólo obedecían a su auriga- recorría diariamente la amplia ruta del espacio. Los rayos ardientes del carro pasaban a una justa distancia de la superficie de la tierra. El curso era regular, de oriente a occidente, y la luz y el calor, nunca excesivos, maduraban las mieses y hacían felices a los hombres. Entre éstos vivía entonces Faetón, gallardo hijo de Febo y su esposa Climena, cuyo corazón rebosaba de orgullo cuando veía pasar en lo alto el espléndido carro de su padre. Éste no podía detenerse nunca para hacer una caricia a su hijo; ni siquiera una mirada podía dirigirle,ocupado siempre en conducir sus indómitos corceles.
Faetón no se consolaba de esta falta de consideración de su padre. En más de una ocasión fue ridiculizado por los hombres, quienes sospechaban que la paternidad de Febo era pura fábula y mentira. Para demostrar al mundo que él era, efectivamente, hijo del dios del sol, el joven se presentó a éste, en su morada celestial.
Febo recibió a su hijo en su sala esplendente, sentado en su trono de luz, acompañado de las cuatro Estaciones y circundado por las veinticuatro doncellas de las Horas.
-¿Qué ocurre, hijo?- preguntó el dios a Faetón- ¿Qué pena te apesadumbra? ¿Qué te falta allá, sobre la Tierra?
-Padre mío: tu indiferencia hacia mí cuando pasas, guiando tus corceles por la ruta del cielo, hace pensar a los hombres que no es cierto que soy hijo tuyo. Necesito demostrarles que están en un error. A decir verdad, yo mismo dudo a veces de que seas realmente mi padre.
-¡No lo dudes, faeton Tú eres hijo mío, te lo aseguro. Para darte una prueba de ello, prometo concederte el don que me pidas.
-¿Cualquiera que sea mi deseo?
- Cualquier deseo tuyo será satisfecho, hijo mío; habla.
- Pues bien,quiero ver lo que ningún ojo humano ha visto hasta ahora: la esfera de cristal del Universo desde la ruta que recorres diariamente en la bóveda del cielo.Quiero subir sobre tu carro de luz y guiar un día entero tus veloces caballos.
Al oír tales palabras, Febo se arrepintió de haber prometido que iba a acceder a cualquier petición de su hijo. No podía permitir que éste corriera el riesgo de una catástrofe, provocando un desastre irreparable.
-Hijo mío-exclamó el dios en tono persuasivo-: no tienes idea de lo que significa regir esos corceles para que no se aparten de la ruta fijada. Son caballos indómitos,que sólo la mano de un dios puede sujetar.
Faetón meneó la cabeza. Quería significar que ninguna razón podía apartarlo de su propósito. Debía concedérsele lo prometido.
-¿No comprendes, hijo, que un solo momento de descuido, un instante de debilidad,hará que el carro se desvíe de la ruta? Un pequeño alejamiento de la Tierra provocaría la muerte de todos los seres vivos por falta de calor; una pequeña aproximación secaría los arroyos, los ríos, los mares y todas las fuentes quedan vida a las plantas, a los animales y a los hombres.
Ni los argumentos ni el tono doliente y persuasivo de Febo conmovieron al terco joven.
-Quiero demostrar a los hombres que soy digno hijo del dios del sol. Estoy seguro de que guiaré con firmeza tus caballos.
Agotados todos los argumentos, Febo recurrió a los ruegos y súplicas; pero Faetón mantuvo firmemente su decisión. La promesa debía ser cumplida.
A la hora señalada por Zeus desde los tiempos más remotos, el carro del sol estaba listo para emprender la diaria carrera por el firmamento. En el momento en que el joven empuñó las riendas, Febo, temeroso de lo que pudiera hacer su hijo, le hizo las últimas recomendaciones.
-Espero que Zeus te dé fuerzas para mantener sujetos a los caballos durante la jornada entera. No descuides ni un instante las riendas. No te distraigas y, sobre todo, no trates de mirar hacia abajo.
Faetón ardía de impaciencia. Con las riendas en su puño firme, esperaba el minuto preciso del comienzo de la carrera. Estaba seguro de que el éxito coronaría felizmente su audaz empresa, logrando así la consideración y el respeto que le negaban los hombres.
Al comienzo,la carrera se desarrolló normalmente. Parecía que los caballos no habían advertido el cambio de auriga. El carro refulgente hora daba las sombras, y los caballos seguían la ruta acostumbrada.

"Ahora se despiertan los pájaros en sus nidos. A mi paso me saludan las aves con sus cantos. Todos los elementos de la tierra elevan hacia mí himnos de gracia. Ellos no saben, ni pueden imaginarse, que no es Febo el que guía hoy el carro del sol".
Así iba pensando Faetón mientras los corceles, regidos por las riendas tensas, seguían por la ruta del cielo. El joven se imaginaba el espectáculo que a su paso se desarrollaba sobre la Tierra, cintas de ríos y arroyos centelleantes, brillo de olas marinas, verde de praderas inmensas, juego de nubes y trabajo fecundo de hombres laboriosos. ¡Qué hermoso debía ser ese espectáculo visto desde las alturas! Y en un momento de debilidad, en un instante de olvido de las recomendaciones paternas, el inexperto auriga dirigió la mirada hacia abajo.Fue un momento, más breve que el zigzaguear de un relámpago. Una de las riendas quedó floja; uno de los corceles lo advirtió y se separó lateralmente; los otros fueron atraídos por el primero, y el carro se desvió de la ruta.
Faetón quiso enderezar el curso para tomar el rumbo cierto, pero sus brazos no tuvieron fuerza suficiente para ello. Los corceles siguieron apartándose, indóciles al puño que los regía.
Cuando el carro del sol se acercó a la Tierra, vastas regiones ardieron de súbito. Campos y ciudades fueron presa de las llamas, y en poco tiempo, cultivos, arboledas, aldeas y urbes se transformaron en ceniza. Grandes humaredas se elevaron al cielo, y Faetón se desesperaba al comprobar la inutilidad de sus esfuerzos. Aferrado a las riendas, veía con espanto que los caballos se alejaban ahora de la tierra. Un frío intenso sembró la muerte sobre vastas regiones. Ni plantas ni animales sobrevivieron en ellas. Los hombres corrían despavoridos en busca de los rayos del sol, pero éstos eran tan débiles por su lejanía, que el calor era insuficiente para mantener la vida.
Cuando Zeus, advertido del curso irregular del carro del sol, vio desde su trono que era una mano inexperta la que empuñaba las riendas, tomó uno de sus rayos y lo lanzó al espacio....