sábado, 7 de marzo de 2015

Una
de las leyendas sobre este hilo rojo cuenta que un anciano que vive en la luna, sale cada noche y busca entre las almas aquellas que están predestinadas a unirse en la tierra, y cuando las encuentra las ata con un hilo rojo para que no se pierdan. Pero la leyenda más popular y la que se recita en casi todos los hogares japoneses a los niños y jóvenes es esta: - Hace mucho tiempo, un emperador se entero de que en una de las provincias de su reino vivía una bruja muy poderosa que tenia la capacidad de poder ver el hilo rojo del destino y la mando traer ante su presencia. Cuando la bruja llegó, el emperador le ordeno que buscara el otro extremo del hilo que llevaba atado al meñique y lo llevara ante la que seria su esposa; la bruja accedió a esta petición y comenzó a seguir y seguir el hilo. Esta búsqueda los llevo hasta un mercado en donde una pobre campesina con una bebe en los brazos ofrecía sus productos. Al llegar hasta donde estaba esta campesina, se detuvo frente a ella y la invito a ponerse de pie e hizo que el joven emperador se acercara y le dijo : “Aquí termina tu hilo” , pero al escuchar esto , el emperador enfureció creyendo que era una burla de la bruja , empujo a la campesina que aun llevaba a su pequeña bebe en los brazos y la hizo caer haciendo que la bebe se hiciera una gran herida en la frente , ordeno a sus guardias que detuvieran a la bruja y le cortaran la cabeza. Muchos años después, llego el momento en que este emperador debía casarse y su corte le recomendó que lo mejor era que desposara a la hija de un general muy poderoso. Aceptó y llegó el día de la boda y el momento de ver por primera vez la cara de su esposa, la cual entro al templo con un hermoso vestido y un velo que la cubría totalmente. Al levantarle el velo vio por primera vez que este hermoso rostro …. …. …. …. tenía una cicatriz muy peculiar en la frente. “ Una cicatriz que él mismo había provocado al no ver al destino que había pasado frente a él y también nos muestra como los amores destinados son eso, no podemos escapar de la persona que nació para amarnos.
En un lugar, vivía una pequeña bruja, llamada Katrina, que tenía un gran defecto: siempre estaba pidiendo cosas para ella, sin importarle, lo que tuviera que hacer para conseguirlas. Tanto insistía, que en muchas ocasiones, su padre para que se quedara tranquila, movía su varita mágica, para concederle todos y cada uno de sus deseos.
Un buen día, por un descuido de su padre, Katrina, tuvo a su alcance tan preciado tesoro, con el que comenzó a realizar todo tipo de conjuros, para conseguir todo lo que siempre había soñado.
Lo que no podía sospechar, es al día siguiente, una gran multitud de seres mágicos, se agolpara en la puerta de su hogar, reclamando, muy enfadados, todas las cosas que habían desaparecido de repente.
La pobre Katrina, ante tal marea de personas, solo pudo hacer una cosa: devolver una por una, todas las pertenencias a sus dueños legítimos, pidiéndoles perdón por las molestias ocasionadas y prometiéndoles, que nunca más lo volvería a hacer. Cuando la noche, comenzaba a abrirse paso, la fila llegó a su último integrante, el padre de Katrina, al que recibió con bastante miedo, pues pensaba que la iba a regañar y castigar por su mala conducta. Pero nada de esto pasó, ya que al devolver las cosas con arrepentimiento, aprendió que todo se consigue con esfuerzo y dedicación.

lunes, 2 de marzo de 2015


Y comenzamos juntos un viaje hacia la aurora
como dos fugitivos de la misma condena.
Lo que ignoraba entonces no he de callarlo ahora:
No valías la pena.

Ya llegaba el otoño, y ardía el mediodía.
Sentí sed. Vi tu copa. Pensé que estaba llena,
pero acerqué mis labios y la encontré vacía.
No valías la pena.

Te di a guardar un sueño, pero tú lo perdiste,
o acaso abrí mis surcos en la llanura ajena.
Es triste, pero es cierto. Por ser tan cierto, es triste:
No valías la pena.

Fuiste el amor furtivo que va de lecho en lecho,
y el eslabón amable que es más que una cadena.
Pero hoy puedo decirte, sin rencor ni despecho:
No valías la pena.

Me alegré con tu risa; me apené con tu llanto,
sin pensar que eras mala ni creer que eras buena.
Te canté en mis canciones, y, a pesar de mi canto,
no valías la pena.

Me queda el desencanto del que enturbió una fuente,
o acaso el desaliento del que sembró en la arena.
Pero yo no te culpo. Te digo, simplemente:
No valías la pena...j.buesa