martes, 6 de febrero de 2018

Tormenta

La mañana de aquel día amaneció plomizo, heridos los tambores con furia desde el cielo redoblaban, zigzagueando sobre el azogue oscuro de repente la luz se hizo y en un tris-trás bramó, gritó y el gesto se deshizo cegando en el interior de mi retina la mirada. Tal era la impresión a la que, expectante, asistía en la ventana que alargando un brazo hice un giro en el cristal, un traveling fué el que realicé de forma tal que toda entera la manga de mi pijama se empapaba. Invierno era y en el halo se palpaba un silencio sepulcral unicamente interrumpido por el pavoneo de las hojas en un intento vano de despegar y llegar hasta el final para de nuevo aterrizar revoloteando temblorosas. Fuera, de un gris marengo todo aparecía inundado de tristeza, inquietas lágrimas desnudas contra mis pupilas rebotaban, las crestas de los montes entre la niebla ocultaban su belleza, ausentes los pájaros placidamente en sus nidos dormitaban. El gélido exterior con el ambiente cálido chocaba de mi estancia de forma tal que me impedía ver. Busqué algo que leer y de pronto tropecé con algunos garabatos de mi infancia. Y comencé a mirar, aquello a recordar, la escuela a recorrer y en cada anotación que yo encontraba alguna referencia percibía, tan grande era el placer, tanto mi gozo y mi alegría que cuando desperté y quise darme cuenta ya escampaba.