lunes, 4 de enero de 2016

Sabes que nunca ocurrirá... No verás jamás ese tren que, pacientemente esperas.
Crees, en cada instante, que oyes el altavoz lejano que anuncia, al filo del andén, el agudo roce del hierro y los raíles, las voces de los otros que esperan o de los que llegan... sus saludos, sus abrazos. Pero solamente oyes en tu imaginación... Te parece sentir el olor tan familiar de la locomotora entrando bajo la marquesina y llenando el aire de aromas dulces y metálicos... Nada es real, todo se desdibuja como un sueño.
En el fondo de tus ojos tiembla la realidad... El tren que esperas, a veces, desesperadamente, no llegará, no será tuyo, no te llevará con él. Sin embargo, sonríes y juegas a creer posible lo imposible. Vuelves, incansable, aparentemente segura, cada día, a esperar en esta sala ya tan familiar, recorres con los ojos de la esperanza cada uno de sus rincones... las sillas de un verde hierba fresca, sobre la que rodar... la ventana, receptora de luz y cómplice de un secreto, espía de caricias y besos robados, las paredes del color imposible de ese sueño... Una sala de espera de un tren que nunca llega. Te pareces a Penélope, aquella niña de la canción que perdió su juventud en la estación, pero sabes que te gusta seguir esperando y ni siquiera te atreves a marcharte de allí un minuto, porque el juego continúa y no quieres que se acabe... La ilusión te hace un regalo y ves tu tren, detenido junto a ti, tendiéndote la mano, te acaricia y te besa, te busca en el silencio clandestino cuando el resto del mundo no te mira... Te invita a subir desplegando sus alas, te ofrece el calor de un vagón confortable desde el que observar la lluvia de esta tarde gris... Y antes de que tus pies puedan pisar el primer peldaño de la escalera, el tren, gigante de hierro, se pone en marcha y te deja en el andén, temblando, con tus miedos y tu sonrisa paciente y comprensiva, dispuesta, siempre dispuesta a seguir esperando un tren que nunca llega.
Envuelta en el deseo y los recuerdos, vuelves a la sala de espera, la recorres, curiosa, como si fuera, de nuevo, la primera vez. Escuchas el sonido de tus pies sobre los tacones y miras el reloj, acompasado, como si de verdad fuera importante la hora, el tiempo, las leyes de los hombres... Lo único importante es que el tren volverá y tú seguirás jugando a que será cierto, a que podrás subir a él sin que nadie pueda verte y en la sala de espera de tu imaginación no volverán a sonar tus pasos... Y es por eso que no le cierras la puerta a la esperanza, para seguir creyendo, para seguir jugando, para seguir habitando esta sala de espera de un tren deseado que nunca llegará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario