Desde 1991, unos días después de que Magic Johnson hiciese pública su condición de seropositivo, estoy diagnosticado como seropositivo. Con 25 años conocí a la que fue mi pareja. Tras unos años de convivencia empezó a enfermar de forma continua, fiebres, catarros que no se curaban, sueño constante, diarreas… Tras visitar a múltiples charlatanes, la joven era antimedicina oficial, y ante un empeoramiento de su estado de salud por fin logré convencerla para acudir al hospital. En menos de media hora le hicieron el diagnóstico. Eran otros tiempos (¡joder! si sólo ha pasado una veintena de años) y la medicina, los médicos y los allegados poco o nada podían hacer salvo compadecerse o apartarse como si de una leprosa se tratara. Por consejo médico, y por ser consecuente con la filosofía de que es mejor saberlo e intentar ponerle remedio que ignorarlo y sufrir las consecuencias, me hice la prueba con resultado positivo. A principios de los 90 era una auténtica sentencia de muerte, no se si alguien puede imaginar lo que sentí al conocer la noticia.
Eran los tiempos del AZT, que no hacía nada al virus pero aumentaba el número de CD4 con lo que las infecciones eran más esporádicas. Al principio, con tratamiento diario, llegué a tener menos de 100 CD4 y varios millones de copias de virus, en aquella época sólo se miraban los CD4 y no el número de copias del virus en sangre. Vi a mi pareja morir con el cerebro completamente destrozado por el VIH, accidentalmente tuve acceso a la radiografía que le hicieron, en ella se veían cinco tumores que invadían su cerebro, estaba completamente senil y tan sólo tenía 29 años. A pesar de estar completamente hundido, seguí con el tratamiento, los laboratorios produjeron nuevos y más efectivos fármacos contra la enfermedad, fui tratado con AZT, Videx, Zerit, Epivir… (como no soy químico, no puedo ofrecer el nombre de los principios activos, así que sólo pongo los nombres comerciales) hasta que aparecieron los “cócteles” y aquí estoy, a la espera de la ansiada vacuna.
En todo este tiempo no he dejado de sentirme como un apestado, no sólo ha sido un sentimiento propio, es una realidad social que desgraciadamente también está arraigada entre la clase médica. Cada vez que tengo que ir a una consulta ajena al personal que habitualmente me trata procuro silenciar mi condición de seropositivo, la experiencia me ha hecho tomar esa determinación: el trato mejora considerablemente y la atención que te dispensan es completamente diferente.
Debido al efecto tóxico del “Sustiva” sufrí hace unos cinco años una miocardiopatía dilatada. Según el informe médico, el corazón me funcionaba al 17%, oficialmente me quedaban pocos meses de vida (yo tenía entonces 48 años) Cuando noté los primeros síntomas de la afección cardíaca me encontraba en un pueblo de Salamanca, una noche estaba tumbado en la cama y de pronto se me cortó la respiración, me ahogaba y no conseguía coger aire. El susto que me pegué fue mayúsculo. Acudí al ambulatorio local y me atendió una doctora. al enterarse de mi condición de seropositivo me soltó “Irás de coca hasta arriba”, me dio una pastilla que no se ni que era y se largó a la sala para seguir viendo la telenovela (cuando entró en la sala subió el volumen de la televisión) y comentó con algún compañero suyo que “No era nada, un yonqui que no tiene otra cosa que hacer más que venir aquí a molestar”. La enfermera, en cambio, me dijo muy amablemente que volviese cuanto antes a casa y fuese directamente a mi médico, que no lo dejase ni un segundo. Al día siguiente y tras un simple electrocardiograma me diagnosticaron la miocardiopatía dilatada. Un auténtico palo, pero el “palo” más gordo vino de la mano del que se supone que debía de preocuparse por mi salud y bien estar. El cardiólogo que me asignaron me soltó que dada mi condición de seropositivo, estaba excluido automáticamente de cualquier lista de transplante y él, el cardiólogo, no iba a mover un dedo por mí. Allí estaba yo, con cara de gilipollas, no sabiendo si arrancarle la cabeza al hijo de la gran puta del Sr. cardiólogo o tirarme por la ventana.
Afortunadamente, el médico que lleva mi caso me animó y me dijo que no me preocupara por el tema ya que en caso de necesidad sería incluido en lista de espera para transplantes, cosa que no fue necesaria, al cambiar de tratamiento el corazón se recuperó más o menos y yo pude seguir con mi vida normál.
A día de hoy por fortuna (y gracias a la ciencia, la medicina y las pérfidas farmaceúticas) mi estado es inmejorable: copias de virus indetectables y CD4 sobre los 800, el único problema que tengo con la medicación son unos niveles altos de colesterol, que mantengo a raya a base de verdura a manta y poquísima proteína animal. Mi vida es normal, como la de cualquier otra persona. Trabajo normal, puedo desarrollar esfuerzo físico bastante intenso y afortunadamente no tengo que tener un especial cuidado con mi salud, tan sólo seguir el tratamiento de 4 pastillas diarias de “kaletra” 2-0-2. A pesar de todos los palos que algunos se empeñan en meter en las ruedas, nunca como hoy me he sentido tan lleno de vitalidad. No quisiera acabar este rollo sin dar las gracias al equipo médico que nos ha tratado desde el principio, sin ellos todo hubiese sido muy diferente y sin duda muchísimo peor.
Entiendo que cualquier ciudadano de a pie se atemorice por la falta de información o por la deformación que existe en la misma, pero que un profesional de nivel se dedique a tratar como a un apestado a una persona por sufrir una enfermedad de la que no es responsable es un claro síntoma de como van las cosas por el mundo para los que sufren enfermedades “vergonzantes” en el siglo XXI . Contando esta historia no pretendo denunciar a nadie ni buscar ningún tipo de resarcimiento, tan sólo expongo una realidad que en veinte años ha cambiado muy poco pese a todas las campañas realizadas, intento hacer ver que esa actitud lo único que consigue es que los posibles afectados por la infección no tomen las medidas oportunas para poner todos los remedios que estén a su alcance para frenarla y para evitar extenderla y esto es responsabilidad de todos: enfermos y profesionales de la medicina.
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