miércoles, 18 de septiembre de 2013
Una noche mientras estuve en Chipre, soñé que encontraba una Rosa Azul. Símbolo de amor y prosperidad. También significa esperanza para el amor imposible. El poseedor de una rosa azul conseguirá todos sus deseos.
Ese sueño me llevó a esta preciosa historia china que hoy comparto contigo. Una historia de amor verdadero. Espero que la disfrutes.
Había una vez un emperador que tenía una única hija. Era su orgullo y alegría, su tesoro. La quería por encima de todo. Al envejecer, su salud comenzó a empeorar y se dió cuenta de que probablemente no estaría siempre ahí para cuidar y proteger a su tan preciada hija. Decidió que sería mejor encontrarle un marido a su hija.
Cuando se supo que el Emperador buscaba marido para la Princesa, muchos llegaron a palacio a pedir la mano de su hija en matrimonio. La Princesa le imploró a su padre. “Padre, permíteme quedarme contigo para cuidarte. No deseo casarme y abandonarte.” Pero su padre fue inflexible. Finalmente dijo que le permitiría elegir la cualidad que el marido elegido debería tener— riqueza, atractivo o cualquier otra habilidad especial. La Princesa dijo que le diría la cualidad a la mañana siguiente.
Aquella tarde la Princesa fue al jardín a hablar con el hijo del jardinero—su compañero de juegos de la infancia. “Si digo que mi marido debe ser guapo, puede ser guapo pero cruel de corazón. Si digo amable, puede ser terriblemente viejo. Oh, qué cualidad debo decir?” Al discutir el problema, la Princesa y el hijo del jardinero llegaron a la conclusión de que debería ser una prueba—difícil pero no tanto como para ser imposible. “Y tiene que ser ambiguo,” dijo el hijo del jardinero, “ para que solo dependa de ti decidir si el hombre la cumple o no.”
Más tarde aquella noche decidieron cuál sería dicha cualidad. A la mañana siguiente la hija del Emperador le dijo a su padre, “Me casaré con el hombre que logre traerme una rosa azul.” El flujo de pretendientes cesó porque ninguno podía encontrar una rosa azul.
Un mercader rico, no queriendo perder el tiempo en la búsqueda de la rosa azul, fue a un vendedor de flores. “Te daré una bolsa de oro si me encuentras una rosa azul” le dijo. Tras una larga e infructuosa búsqueda, el vendedor de flores se dió por vencido. Compró un tinte muy fuerte y metió el tallo dentro. Los pétalos de la rosa comenzaron a volverse azules. “Mantén la rosa en el tinte,” le dijo al mercader, “hasta que se lo des a la Princesa.” El mercader le llevó la rosa a la Princesa. La Princesa cogió la rosa de las manos del mercader. Mientras observaba la rosa, una gota de tinte azul cayó sobre su mano. Ella miró las hojas azuladas y luego miró al mercader fijamente a los ojos. No podía mirarle a la cara. “No me puedo casar contigo,” le dijo. Has intentado engañarme. Quiero un marido que sea honesto.”
Había un apuesto guerrero que quería casarse con la Princesa. Era fuerte y poderoso. Nadie se atrevía a enfrentarse a él. El joven guerrero fue al rey de un reino vecino. “Tráeme la rosa azul,” le dijo, “o te mataré a ti y la mitad de las personas de tu reino.” El rey, que valoraba la paz y no deseaba pelear, le dió al guerrero un zafiro azul en forma de rosa. El joven guerrero le llevó el zafiro azul a la Princesa. Ella miró en sus fríos ojos azules—ojos tan duros como los de la piedra. Le dijo, “No puedo casarme contigo. Debo tener una rosa azul que sea de verdad—no una que sea fría y dura.”
El más joven de los consejeros del rey también quería la mano de la Princesa. Ideó un plan. Le pidió a un artista que creara un cuenco. En el otro lado del cuenco había una rosa azul pintada. El borde del cuenco estaba bañado en oro. Era frágil y delicado—algo de una extraordinaria belleza. El joven consejero se lo presentó a la Princesa arrodillado. La Princesa miró el cuenco y luego miró a los ojos del joven. “Cásate conmigo, Princesa,” le dijo, “Te ayudaré a reinar.” La Princesa negó con la cabeza, “Debo tener una rosa que sea real.”
Aquella tarde se sentó en el jardín y charló con el hijo del jardinero. “Ninguno de ellos me ha podido traer la rosa azul. Debo casarme con alguien que sea honesto y sincero conmigo—como tu. No puede ser duro y cruel. Necesito a alguien que sea amable y paciente—como tu. No quiero un marido que desea solo poder y riqueza. Quiero alguien que me valore por la mujer que soy—como tu. . . . .” “Princesa,” le dijo el hijo del jardinero. “Mañana te traeré la rosa azul. Espérame en la habitación azul justo antes de la puesta del sol.”
Al día siguiente cuando el sol estaba a punto de marcharse, la Princesa se sentó en la habitación azul. El hijo del jardinero llegó con una sencilla rosa blancaen sus manos. “Pero es simplemente una rosa blanca,” dijo uno. “Es el hijo del jardinero,” dijo otro. “Seguro que la princesa le dice que no,” dijo otro.
El hijo del jardinero se arrodilló delante de la Princesa. A través de las ventanas teñidas de azul, los rayos del sol tocaron los pétalos de la rosa. La Princesa cogió la rosa, y se levantó un murmullo. “Sólo es el hijo del jardinero.” “La rosa no es azul.”
La Princesa se levantó. “Queridos súbditos, dejadme que os cuente lo que veo. Veo a un joven que siempre ha sido honesto y sincero conmigo. Veo a un joven que tiene el coraje de ser paciente y amable y esperar a que yo me de cuenta de los sentimientos que hay en mi corazón. Veo a un joven que me valora por quien soy. En sus manos sostiene un regalo de amor. Y es azul. Y si no veis que esta rosa es azul, es que no veis los colores.
El viejo Emperador cogió la mano de su hija y la del hijo del jardinero y las unió. Y la Princesa se casó con el hijo del jardinero y vivieron felices para siempre—no porque la cuentacuentos lo diga—no porque deban acabar así las historias de amor. Sino porque la Princesa y el hijo del jardinero sabían que su felicidad estaba en sus propias manos y que cada uno era responsable de asegurar la felicidad....
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